17/11/12

" La Belleza" un destello del Espíritu de Dios

 

La expresión estética es el reflejo de la interioridad del hombre...

 
Todos sabemos o creemos saber, si no definir la belleza, sí discernir lo que es bello de lo que no, y lo mismo pasa con la razón; sabemos usarla, y distinguir lo racional de lo irracional. Pero desde un punto de vista racional, ¿podemos definir qué es la razón?.


También sobre esta pregunta han centrado durante siglos sus investigaciones filósofos y psicólogos. Hay quien piensa que la razón es pura lógica o una mera asociación de estímulos; sin embargo, de los ordenadores (que no cometen errores lógicos), ni de los animales (que no tropiezan dos veces en la misma piedra), puede decirse que tengan “uso de razón”.

 
La razón es algo propiamente humano. Un don que Dios nos ha dado; como la capacidad de contemplar la belleza, como la capacidad de participar de la actividad creadora de Dios, a través de la creatividad artística.




¿Cómo si no, sin ese uso de razón y capacidad creadora se pueden componer versos tan bellos como los siguientes de Lope de Vega?

...¡Oh qué cosas, Dios mío, el libro del campo abierto
muestra con tanto concierto en la orilla de este río
para contemplar en Vos; pues que la flor más pequeña
me está diciendo y enseña que sois Dios!...

 
La belleza salvará al mundo... 
 

La belleza tiene una fuerza pedagógica para introducirnos en el misterio de la verdad, hasta el punto de que la belleza llega a ser transparencia de la verdad y de la bondad.
Cuando escuchamos una determinada pieza musical y llegamos a emocionarnos al experimentar su belleza, o cuando contemplamos algunas obras de arte que son elocuencia viva del misterio que representan, no nos cabe duda de que...

... la expresión estética es el reflejo de la interioridad del hombre...

Sin embargo, formulando este mismo principio en negativo, lo mismo cabría decir de tantas expresiones “estéticas” que parecen despreciar la belleza y hasta se regocijan en un “culto al feísmo”: la fealdad es la expresión del nihilismo y de la vaciedad de nuestra cultura.

Conjuntamente con las tradicionales vías racionales para el conocimiento de Dios, la Iglesia siempre ha sostenido otro tipo de vías existenciales, como es el caso de la llamada “via pulchritudinis”, es decir, la belleza como camino para descubrir a Dios. En efecto, nosotros creemos que la belleza es “aparición” y no “apariencia”. En realidad, “lo primero que captamos del misterio de Dios no suele ser la verdad, sino la belleza” (Von Balthasar).

En resumen, la belleza es una clave fundamental para la comprensión del misterio de la existencia. Encierra una invitación a gustar la vida y a abrirse a la plenitud de la eternidad. La belleza es un destello del Espíritu de Dios que transfigura la materia, abriendo nuestras mentes al sentido de lo eterno. Traemos a colación una conocida cita de San Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo... interroga a todas estas realidades. Todas te responden: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión ("confessio"). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza ("Pulcher"), no sujeto a cambio?" (Serm. 241,2).

El título que hemos elegido para este artículo es una conocida frase de la novela El Idiota, de Dostoievski: “La belleza salvará al mundo”. Pero, “¿qué belleza salvará el mundo?”, pregunta un determinado personaje de esta novela, que se debate desesperado en medio del dolor. La respuesta a su pregunta se presenta como la tesis de la novela de Dostoievski: ¡Jesús crucificado! Si, ciertamente, la belleza salvará el mundo, pero la belleza ha de ser descubierta, no solamente en la gloria del Tabor, sino también en la figura sufriente del crucificado.

En efecto, nosotros no identificamos la belleza con la “guapura”, lo “atractivo”, lo “placentero”… En realidad, la belleza no es para nosotros una mera experiencia estética, sino que el concepto pleno y consumado de la belleza se identifica con la misma “santidad”. Por ello, no tendría sentido que buscásemos la belleza en meras manifestaciones artísticas, tales como la pintura, escultura, música… si al mismo tiempo dejásemos en el olvido que la vida de los santos es la realización y la manifestación más perfecta de la belleza.

El flash: la llave para alcanzar la santidad

 
No cabe duda, pues, que la emoción estética, la admiración -el sensus pulchri en acción- abre el espíritu humano a la luz de la trascendencia.

Por eso, esa fascinación puede ser en ocasiones una especie de pedestal para la acción de la gracia, una luz que brilla repentinamente, y el alma sale del plano natural para tener una experiencia mística sobrenatural.

Plinio Corrêa de Oliveira definía esa contemplación o experiencia mística como flash, una gracia que proviene del Espíritu Santo, iluminando el alma, como un asombro, a semejanza de la emoción estética.
 


 
Muerte en Venecia (fragmento de la película)
 
Alfried - ¿la belleza? ..querrás decir tu concepción espiritual de la belleza.
 

Gustav- ¿Acaso niegas al artista la posibilidad de crear partiendo del espíritu?

Alfried- Sí, eso es precisamente lo que niego.

Gustav- Así que según tú, nuestra labor….

Alfried- labor…..ahí está la cuestión. ¿Crees de verdad que la belleza puede ser producto de una labor?

Gustav- Pues sí. Sí, eso creo.
 
Alfried- Así, es como nace la belleza. Así, de forma espontánea. Con absoluto desprecio a tu labor o la mía. Preexiste a nuestra presunción de artistas. Tú gran error, mi querido amigo, es considerar la vida, la realidad, como una limitación.
 
Gustav- ¿Y no lo es?..la realidad nos distrae, nos degrada. ¿Sabes lo que opino?... A veces pienso que los artistas somos como cazadores agazapados en la oscuridad que ni siquiera saben cual es su blanco. No podemos pedirle a la vida que ilumine nuestros objetivos ni que nos indique el camino. La creación de la belleza o de la pureza es producto del espíritu.
 
Alfried – No, Gustav. No. La belleza pertenece a los sentidos; sólo a los sentidos.

Gustav – No, no es así. No se puede llegar al espíritu a través de los sentidos. No es posible. Sólo a través de un completo dominio de sí mismo. De los sentidos. Puede alcanzarse la sabiduría, la verdad, la dignidad humana.
 
Alfried- ¿La sabiduría? ¿ La dignidad humana?... Pero ¿de qué sirve? ..el Genio es un presente divino. No. ¡una tortura divina!. Una llama mórbida, pecadora; un abismo insondable.
 
Gustav – ¡Reniego! Reniego de las virtudes demoníacas del arte.

Alfried- Estás en un error. El mal es una necesidad. Es el alimento del Genio.

Gustav – ¿Sabes, Alfried?. El arte es la mayor fuente de educación. El artista ha de ser perfecto, ejemplar. Tiene que ser un modelo de equilibrio y fuerza. No puede ser ambiguo.


 



9/11/12


No paguen a nadie mal por mal; vence con el bien el mal (Romanos 12:17-21).


Los males más grandes de la vida —que no son sino privaciones, carencias del bien debido— pueden ser (pueden haber sido o pueden ser en el futuro) ocasión de humildad, de comprensión ante el dolor y el fracaso ajeno, o la oportunidad para forjar un corazón compasivo.
 

El mismo Jesús se sometió al mal del dolor físico y del desprecio humano, a la traición y al abandono de los suyos y al desamparo para poder compadecerse de nosotros, como dice la carta a los Hebreos (Hb 4,15).
 

O sea, para obtener el bien de un Corazón capaz de entender nuestra humillación, nuestro dolor, nuestro fracaso, etc. Curar la memoria sin cancelarla es mirar sin miedo (¡no sin sufrimiento!) aquello que nos dolió (y tal vez sigue doliendo), que nos humilló (y tal vez sigue humillando) y verlo a la luz del bien que vino después (o que puede estar aún por venir; o que está llegando al tratar de mirarlo de este nuevo modo). A quien tiene fe, esto le ha de resultar más fácil. Quien no tiene fe encontrará más dificultades, aunque puede lograrlo al menos parcialmente.

  

Véase un buen ejemplo de esta lectura sobrenatural en el Salmo 73 de la Biblia. Este Salmo relata el cambio de mirada del Salmista quien, en cierto modo, está resentido con Dios, cuya justicia no entiende, pues se ve a sí mismo —un hombre que se esfuerza por ser bueno y obedecer los mandamientos divinos— golpeado por la adversidad, mientras que aquéllos que desprecian a Dios y obran el mal, crecen impunemente. El Salmo se abre con la expresión ya reconciliada del Salmista:
 

"En verdad bueno es Dios para Israel, el Señor para los de puro corazón..."


Sigue luego relatando la causa de sus anteriores perplejidades (el progreso y seguridad de los malos), sus luchas y tentaciones de envidia y sus impulsos para imitarlos:
 

...Por poco mis pies se me extravían, nada faltó para que mis pasos resbalaran,

celoso como estaba de los arrogantes, al ver la paz de los impíos.

No, no hay congojas para ellos, sano y rollizo está su cuerpo; no comparten

la pena de los hombres, con los humanos no son atribulados.

Por eso el orgullo es su collar, la violencia el vestido que los cubre;

 la malicia les cunde de la grasa, de artimañas su corazón desborda.

Se sonríen, pregonan la maldad, hablan altivamente de violencia;

ponen en el cielo su boca, y su lengua se pasea por la tierra.

Por eso mi pueblo va hacia ellos: aguas de abundancia les llegan.

 Dicen: « ¿Cómo va a saber Dios? ¿Hay conocimiento en el Altísimo?»

 Miradlos: ésos son los impíos, y, siempre tranquilos, aumentan su riqueza.

¡Así que en vano guardé el corazón puro, mis manos lavando en la inocencia,

cuando era golpeado todo el día, y cada mañana sufría mi castigo!

Pero antes de consentir en sus tentaciones, entra dentro de su corazón y reflexiona; vuelve a leer sus propias tribulaciones y el éxito de los malos que lo hiere en carne propia:

Me puse, pues, a pensar para entenderlo, ¡ardua tarea ante mis ojos! Hasta el día
 en que entré en los divinos santuarios, donde su destino comprendí.


¿Qué comprende? El destino del malo, el fin del bueno y la misericordia de Dios: en todos los hechos de nuestra vida se entretejen dimensiones físicas, psicológicas, espirituales, naturales y sobrenaturales, individuales y sociales. De ahí que todo mal —sin dejar de ser mal y, por tanto, sin dejar de obligarnos a evitarlo o a repararlo—, una vez ocurrido puede ser transformado por un bien superior. San Pablo diría que puede ser “vencido” por un bien superior (Rom 12,21: No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien). Así, los males físicos, los traumas psicológicos y aún los fracasos espirituales (incluso el pecado), pueden ser ocasión de otros bienes (no intentados por quien hizo el mal, sino por intervención divina).
  

El Antiguo Testamento nos recuerda la historia de José vendido por sus hermanos (Gn 39-45) y el Nuevo Testamento la parábola del hijo pródigo (Lc 15). En ambos casos se ve el bien que Dios saca del mal hecho por los hombres: en un caso, la salvación del pueblo elegido, en el otro, la conversión del mal hijo tras experimentar su propia necedad y la misericordia de su padre.

"Para que el Bien reine en este mundo... se puede luchar por eso...".

(fragmento de la película "El señor de Los Anillos")

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